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#121 El árbol de la vida


Este pesebre, hecho en cerámica, de una sola pieza, lo compré en diciembre de 2013, en la Feria Internacional de Artesanías, en La Rural de Buenos Aires, en el puesto de César Cayavillca.
"Es el árbol de la vida", me dijo César.
En el árbol hay flores, mariposas, hojas verdes, un pájaro... Y la propia vida de la Sagrada Familia.
Dice el libro del Génesis que en el jardín del Edén Dios colocó el árbol de la ciencia del bien y del mal y el árbol de la vida. Con el primero ya sabemos qué pasó: la mujer y el hombre comieron de sus frutos desobedeciendo a Dios y perdiendo así la amistad con Él.
Del árbol de la vida dice el Génesis que sus frutos hacen vivir eternamente a quien los come...
Esta vida de eternidad nos es dada en Jesús.
Es el fruto del árbol de la vida, árbol que se identifica con la Cruz de Cristo.
Nos resulta más fácil ver este don divino de la vida eterna en la ternura del pesebre. ¡Pero cuán difícil es descubrirlo y animarse a tomarlo de la Cruz!
En una de sus visiones, Santa Catalina de Siena vio un inmenso árbol cargado de frutos magníficos, al pie del cual había cantidad de arbustos espinosos que hacían difícil acercarse al árbol y tomar los frutos.
Un poco más lejos había una hermosa colina sembrada de trigo. Pero las espigas se volvían polvo al tocarlas.
Catalina vio luego a un grupo de personas que se detuvo frente al árbol con el deseo de comer de sus frutos, pero las espinas los pinchaban y desistieron, se voltearon al trigal, totalmente a la mano, pero enfermaron por comer del cereal en mal estado.
Después llegaron otras personas, no se amilanaron frente a las espinas, pero al llegar al pie del árbol, notaron que los frutos estaban muy altos y que el tronco era demasiado liso para intentar treparlo. Así que también desistieron y optaron por el trigo, pero quedaron hambrientos porque las espigas no eran más que polvo.
Al final llegaron otros que, decidiéndose a atravesar la mata de espinillos y a subir al árbol, tomaron los frutos, los comieron y fueron saciados plenamente, de tal modo que ya no quisieron otro alimento que éste.
En el libro "El diálogo", Catalina conversa con el Señor sobre esta visión: "Entonces me manifesté a ti en figura de un árbol del que no se veía ni el principio ni el fin. Su raíz estaba hundida en la tierra, y ésta era la naturaleza divina, unida con la tierra de vuestra humanidad. Junto al árbol había algunas espinas, de las que huían todos los que amaban su propia sensualidad, los cuales corrían a un monte de trigo malo, que representaba todos los placeres del mundo. Aquel trigo parecía bueno y no lo era. Por esto eran muchas las almas que en él morían de hambre. Otras, por el contrario, conociendo el engaño del mundo, volvían al árbol y pasaban por las espinas, es decir, por la determinación de su propia voluntad; determinación, que antes de ser tomada, es la espina que encontráis en el camino de la verdad. Siempre están en lucha la conciencia, por una parte, y la sensualidad, por otra. Pero desde el momento que el alma, con odio y desprecio de sí mismo, se decide con energía y dice: «Yo quiero seguir a Cristo crucificado», quebranta inmediatamente la espina y experimenta una gran dulzura".
Este árbol de la visión de Catalina representa al Verbo encarnado y sus frutos son los de la Vida verdadera, mientras la colina, donde aparenta haber buen trigo pero no hay más que cizaña, simboliza a los campos del mundo, que brillan como oro, pero donde es vano cultivar.
Hay quienes ni intentan llegar al árbol y van derecho a la colina.
Otros se entusiasman y tratan de acceder al árbol, pero una vez junto al tronco se desaniman porque se ven incapaces de trepar, no perseveran en el entusiasmo inicial.
Y hay otros que afrontan las espinas y se suben al árbol de la Cruz, donde finalmente toman los frutos.
Los primeros terminan muriendo sin heridas aparentes, pero hambrientos. Los últimos, magullados pero vivos, son saciados para siempre porque han comido los frutos de vida eterna de este árbol.
En Jesús, la Cruz es la fructificación máxima de un amor por la humanidad que comenzó con su encarnación, su nacimiento en un pesebre.
Démosle albergue a este Niño en nuestro corazón, sin perder de vista que este Jesús del apacible pesebre es el mismo Jesús de la Cruz.
Sus frutos de vida eterna están allí para nosotros. A veces nos herirán las espinas. A veces el tronco se parecerá a un palo enjabonado. Pero recordemos que el árbol no da frutos para que se queden en sus ramas. Jesús es el primero en querer darse a nosotros y nos ofrecerá un nudo en el tronco donde apoyar nuestro pie, un recodo donde trepar, una rama flexible de donde colgarnos... O hará caer la lluvia para que las ramas, más pesadas, cedan y los frutos estén mas al alcance de nuestras manos... Y finalmente nos acogerá como injertos en su árbol para nutrirnos directamente con su sabia de Vida verdadera....



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